Decenas de años han pasado desde que los cielos se incendiaron y fuego cayera sobre dos ciudades japonesas. La irá de Dios parecía juego de niños y los humanos se volvieron verdugos. Como dedos insufribles los rayos de luz incendiaron la tierra; el hombre había declarado la guerra a todas las divinidades.
Y el Dios cristiano se sintió traicionado, y el Dios judío derrotado. Alá desarmado lloraba su pobreza y los chamanes y brujos buscaban a sus santos y demonios. Nadie podía ya. El hombre era dios y demonio.
Insano el hombre incendió los cielos y toda su razón buscaba justicia. Inventaron argumentos, teorías y recetas; humanizaron a los dioses y tiranizaron a la ciencia, la humanidad toda lloraba la ausencia.
Y se refugiaron en las iglesias, y hurgaron en sus templos, desenterraron viejas tablas y hablaron con las abuelas, pero nada había ya. Los dioses no estaban. La iglesia vacía, el templo en ruinas, las tablas sin sentido. Las abuelas balbuceaban sobre rancias oraciones y sordas y ciegas anunciaban su desventura. Nadie las escuchaba, ni sus dioses.
La diosa fortuna no fue encontrada en la mano de la humanidad, destrozadas sus líneas, expulsada por siempre de la triste historia humana. El dios dinero ingenuo se sintió feliz, pero pobre dios ese, humillado y vilipendiado sería llevado a la hoguera ¡matad al impío! ¡matad al insano! así los adoradores del pasado le gritaban.
Ni Buda ni El Crucificado. Sus fáciles palabras, su sencilla razón, nada de eso quedaba. La lujuria del hombre y sus sofistas maneras quisieron más refinamiento, y lo sencillo fue entendido mito, y lo complicado se volvió ley. El Carpintero y el Noble fueron un susurro olvidado en las voces de la humanidad.
Ingenuo el diablo pensó que era su tiempo. Pero su justicia pareció horrenda a los ojos humanos y volviese un infante lerdo comparado con el hombre. ¡Pobre el Diablo! y llorando corrió con su padre, pero éste ya moribundo no pudo más que consolarlo con mejores tiempos para su casta.
Y los chamanes buscaron a los santos y éstos ya no respondían. Y los brujos buscaron a los demonios y éstos ya no aparecían. La humanidad sola, solita se quedaba.
Y los hombres de ciencia y de progreso regocijados hablarán de libertad. Y su diosa la razón, triunfante hablará en mil lenguas. Nada de eso durará. Pues la otrora entronada esclava se volverá, y su terrible suerte conmocionará a todos los reinos. La razón esclava del hombre morirá desnuda y hambrienta, pero su nombre repetido tantas veces dará vueltas al globo.
Los peores miedos se harán realidad cuando el hombre conozca la libertad. Si en nombre de cualquier dios murieron millones, en nombre del hombre morirá la humanidad.
Solo el hombre, ya sin dioses, solo el hombre ya sin reyes, solo el hombre caminará. Y será libre para pensar y para hacer.
Porque hemos matado a todos los dioses. Porque estamos solos entre tanta soledad.
Solos los hombres moriremos y nadie nos recordará.
Benditos los dioses que derrotados marcharon hacia su fin. Benditos los hombres que victoriosos marchamos hacia el olvido.
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