Hay una diferencia insalvable entre los “revolucionarios” o “detractores” del sistema con lo que yo me considero. Yo no soy un revolucionario en el sentido actual y más vulgar, no comulgo con el "Che” ni con Fidel, creo en el Estado como forma ideal y única en la cual el “zoon politikon” puede desarrollar todo su potencial; a razón, ser el mejor de los animales.
Tampoco soy un “autoritario” seguidor de dictadores o fiel creedor de los gobiernos y sus instituciones, el liberalismo me parece pavoroso en su extremis, y no soy amante del libre mercado; no soy activista en ningún tipo de asociación ni mucho menos militante de ninguna ideología.
Soy un “denunciador” de los tiempos que ahora me tienen, denunció la injusticia de los tibios, la de los tricolores y la de los rojos… denunció la complacencia de mi casta, lo insufrible de mi Iglesia y la ignorancia de mi pueblo.
Así, denunciando he vivido indignado. Los pocos años que guardo se han ido pensando que un mejor lugar pudo haber sido posible, que si quizá, hace años, cientos de años ellos se hubieran puesto de acuerdo ahora nosotros no estaríamos así.
No evito el dolor de ver los ojos perdidos de la mujer golpeada por la pobreza, no evado el grito ahogado del futuro coartado del niño limosnero. La vida se presenta de muchas formas y las más intensas son las que más duelen, ¿acaso en sus vidas lastimeras la vida misma se supera?
Otros lugares mejores donde egoístamente yo estaría también, otros lugares sin la pobreza de los pobres, sin el dolor de las madres sin hijos, sin la angustia de los angustiados, de los perseguidos. Lugares justos donde la indignación no sea más que un mito, un mal sueño soñado por los viejos de los pueblos, que hablaban de esas “cosas malas” que a los hombres perseguían, de ese “mal de ojo” conjurado por los hombres libres de tiempos remotos que decidieron ser justos.
Pero esos lugares no son. La injusticia enseñoreada enloquece a los espíritus más nobles, indignados, caen ante el peso de una realidad que les azota. Y esa, que es la más grande injusticia, es la que mas denuncio. NI la pobreza de los pobres y la riqueza de los ricos, mi denuncia va por el asesinato de los justos.
La justicia no me pertenece. Le pertenece a otros y esos otros entregados al libertinaje y a la barbarie la convierten en la prostituta del sistema, en la “vendida” al mejor postor. Y la sangre de los inocentes se le sirve a la “gran ramera” y se embriaga con ella. Y los ministros le hacen fiesta y le tiran dadivas conseguidas en el “mercado” de las corruptelas. Nadie y todos tienen a la justicia. Bendita ella que juzga a los injustos y entierra a los justos. Bendita la tierra que la vio coronarse porque ella beberá su sangre.
Me siento en la sombra de un árbol. Siento el aire correr y no escucho más que el silencio de un jardín enterrado en medio de la ciudad. Recapitulo lo pensado, siento el dolor del humano sobajado, amenazado, desesperado… Sigo pensando y llego a México, con sus hombrecitos con gran poder, con sus pobres que son millones, con su lamentos que son aún más… Llego a México y veo lo que pasa…
Me siento indignado. Y es justa mi indignación.
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