jueves, octubre 01, 2009

dos postes!

Eran dos postes, uno en cada extremo del puente. Como dioses, en medio y en el centro, vulgares y solitarios se erigen como para recordarnos lo mediocre y pedestre de nuestro gobierno, de nuestra sociedad.

Puente con tubos color naranja, con lámparas baratas y con un camellón decorado con masetas, patéticas masetas. Oaxaca, la hermosa Antequera de antaño así celebra a sus héroes, con tubos y masetas.

Antes, en el camino hacia la ciudad de México, hacia Pueblo Nuevo los cerros se llenan de casuchas, mientras más “desterrados” se hacinan en los viejos cerros, abajo el flamante presidente municipal de la capital celebra con “equipo de sonido” la introducción del drenaje en aquellas casas más viejas, mucho más grises… 10 años de retraso; docenas de personas son parte de sequito oficial, atrás, donde las sombrillas empiezan a pintarse y a despintarse están las vecinas, felices, emocionadas de sentir el poder tan cerca. Se les escucha.

Las casuchas serpentean hacia arriba, como queriendo alcanzar el cielo, buscando la esperanza de que ellos, que son pobres, entrarán primero al paraíso. Así Oaxaca estira sus pobres, sus paupérrimos brazos hacia arriba, queriendo abrazar al cielo…

Sigo mi camino… 200 años de independencia, 200 años y no podemos superarnos como raza, ahí otro ilustre oaxaqueño que no revolucionario quiso encontrar el futuro de la humanidad, error pensar que nosotros lo haríamos, ¿cómo? ¿Quién se sacrificaría?

Por eso me encierro en casa, en el jardín que ahora tanto cuido, porque la ciudad, el país, se caen y la insoportable impotencia no deja de molestarme. La justa indignación de mi casta ya no es suficiente. O les grito o callo en la complacencia de la sombra de mis árboles.

Callaré.

La ciudad es ruidosa, con prisa, sin tiempo de ver que los árboles se secan, que las calles se marchitan, que los rostros son cada ves más grises. Se construyen mercados en los pasos peatonales y nos encerramos en nuestros autos. El ruido del vecino nos ensordece, nos enmudece.

Antequera la verde se desmorona entre mis manos, me enclaustro en el silencio de la casa, me quedo en silencio, enmudecido, ensombrecido… La justa indignación no es suficiente ya en esta ciudad.

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