Fue hace mucho, mucho tiempo cuando se perdió el respeto a la vida. Hace décadas, centurias, desde siempre quizá, desde lo más profundo de la perversidad de la razón el desprecio por la vida ha sido constante, categórico, espantoso
Mi Dios muere y surgen nuevos santos, mi vida se descompone pensando en la muerte, la vida se me escapa y las leyes me comprometen. La razón desaparece ante la libertad, la piedad se transforma en martirio y la bondad en una furia.
Hablar del aborto es hablar de muerte. Hablar de muerte es hablar de ahora. Muchos dicen, no con malas intenciones, nunca con mala conciencia pero siempre con lujuria en sus labios, que no es asesinato, que no hay vida, que nada hay ahí sino un producto. Pero nadie dice que no hay muerte. Se mata y no por justicia, se mata y no por venganza, se mata por matar, por no arruinar lo que aún no viene, por mantener sobre cualquier cosa la "libertad" de ellas de ellos. Libres son para asesinar lo que no es suyo, lo que se les ha dado prestado por un tiempo, tal como ellos fueron prestados. Aborrecen y niegan su naturaleza. La perversidad se ha vuelto Ley.
Tenemos a santos pidiendo que no se mate a los violadores, a los asesinos, a todos ellos que lastiman y comprometen nuestras leyes, esos mismos santos son ahora los que piden que ellos que nada han hecho, que nada pueden hacer, sean asesinados bajo la protección de las leyes. Santos, cientistas, progresistas que todo hacen por la libertad, oligarcas empequeñecidos por sus pobrezas que exigen libertad. Muramos todos por ser libres, nada importa ya, ni la vida, ni Dios, ni la ciencia, muramos bajo la protección de las leyes y descansaremos por siempre en camas hechas de cadáveres. Seremos santos en el fin de la historia, seremos santos en el fin de nosotros y de nuestra humanidad.
Dios bendiga a nuestras leyes, Dios bendiga a nuestros ministros, a nuestra educada sociedad. Que los cielos se habrán ante la pureza de nuestras intenciones y que la Gloria sea en la tierra por nuestra razón y nuestra ley. Y ella que ahora se pierde, y ella que pareciera la Gran Babilonia defiende lo que no le tocaría defender, lo que sus detractores dicen que poco le interesa, ella se llena la boca y lanza improperios contra los hombres santos. Y los santos gritan y la acusan de pérfida y engañosa...
Nada surge sino muerte, nada hay sino mentira. Los buenos se vuelven malos, y los santos demonios. El niño del Nilo ve sus leyes desangrarse, no hay vida ni piedad, y el crucificado ve a sus hermanos matarse y él mismo se mata ante su padre vengativo. Todo fue perdido.
Los nuevos santos se llenan de verdad, ellos deciden quien morirá, que mueran los inocentes, que mueran los niños, Herodes vuelve y el Cesar se regocija en la sangre de los inocentes. Y no habrá madres que les lloren, y padres que se levanten, pero que viva la libertad de ellas, de ellos, de todos... Que vivan los asesinos y los ladrones, los envenadores y los charlatanes... que vivan y que no se les toque, que todos ahora somos libres. Y que muera la Gran Babilonia y sus representantes convertidos en demonios. Que mueran esos defensores de la vida, nada hay ya, no hay vida que defender ya se le ha matado.
La ley será perversa, pero es la ley. Ni Dios sobre ella, ni nada. Que la vida caiga ante el peso de la ley. Esa ley de los hombres, de los santos científicos, racionales y progresistas... Que viva el Cesar.
¡Que los cielos se abran! que la gloria ya es en la tierra, los nuevos santos nos tienen, nos guían y que la vida huya a esconderse en las tinieblas del mar eterno, que Dios muera ahora, por fin, que los hombres somos libres.
Ya nada nos ata, la vida ha muerto.
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