jueves, septiembre 04, 2008

...La Sangre Corre...

La muerte no sólo llega al final de nuestros días. La muerte se vive, constantemente, fuertemente en cada suspiro que damos. Así morimos todos los días, cada hora, cada minuto. Son muertes anímicas, emocionales que nos permiten resucitar como mejores personas, más fuertes, más sabios.

Pero hay momentos en los cuales la muerte nos sorprende, no mata de miedo, nos mata de angustia, el terror. Esa muerte nada bueno produce, sólo terror. Es esa muerte que nos asusta, esa que si nos mata y que lo que resucita somos nosotros más muertos que ayer. Miedosos caminamos después, vivimos muertos de todo.

Así es ahora. Así quieren que sea ahora ¿quiénes? no lo sé, pero así es ahora. La muerte nos rodea, se mete a nuestras casas por los gritos desgarradores de la televisión, por las injurias de la radio, por los escritos malditos de Internet. Nos rodea esa muerte estéril. Tenemos miedo de nuestros hermanos, miedo de la ley, de los buenos hombres y de las buenas ideas.

Nos agolpamos como bestias queriendo escapar de nosotros mismos, el demonio está con nosotros, somos nosotros. Todos culpables y todos verdugos. Somos asustados, atemorizados por el gran Leviatán, o sus enemigos o nosotros. El miedo viene de todos lados, todos lo sienten, lo viven en muerte. El miedo es muerte.

Quisiera que la angustia se fuera y con ella la maldad que la provoca. Pero sé que no se irá. Le damos vida a ese miedo hijo de la muerte. A ese temor de saber que somos nosotros los que le dimos vida a lo que ahora nos mata. El miedo de saber que somos padres de eso que ahora nos devora desde dentro.

La muerte estéril. Ella es la que nos mata todos los días, la que no permite que renazcamos  sino que muramos más.

Muerte y terror es lo que escucho en todos lados, todos la repiten como un cántico tenebroso, los profetas y los charlatanes, los herreros y los artistas, todos la repiten una y otra vez. Se enmudecen de cambio y evolución, de esperanza y paz.

Las espadas y los puñales se levantan al aire, las  armas están listas. Todos segados por el discurso del miedo dispuestos están a morir por una quimera, por una ilusión. Y las ratas huyen del barco y se refugian los cobardes. La masacre continua y los parlanchines la comunican como la Gran Noticia. El pueblo se desangra y el leviatán mueve sus piezas.

Que caiga la sangre. Que justos paguen por pecadores. Que la justicia se haga presente y que la venganza tome a nuestra otrora noble nación. Que los templos del Estado se derrumben y que el pueblo se regocije en el miedo y en la lujuria de la sangre. Que Caín y Abel se arranquen los ojos y que la ceguera nos guíe hacia un mejor futuro.

La muerte siempre es con nosotros. Esa muerte que se festeja  y que se recuerda. La muerte siempre supone nueva vida, porque el ocaso de un hombre siempre supone el amanecer de uno nuevo. Pero no estamos en esa muerte natural. Nos encontramos en las garras de esa muerte obscena y concupiscente que nos arrastra al ocaso de nuestra humanidad. Que nos arrastra a la muerte eterna y sin gloria. El ocaso que significa la "muerte estéril" es el ocaso eterno de nuestra nación.

   "y cansados marchamos entonando el réquiem de nuestro pueblo."

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