jueves, abril 02, 2009

¡Todos los nombres! ¡Todos los hombres!

Infames, imberbes, ruines, pérfidos, ignorantes, innobles, desalmados, inmorales, groseros, viles, irrespetuosos, indómitos, desgraciados, barbaros, ladrones, malvados, salvajes, abyectos, ladinos, ignominiosos, bribones, canallas, perversos, ladinos, despreciables, rufianes, truhanes, granujas…

Así me canso de nombrarlos, de recordarlos en mi memoria y en mi boca. Así los describo, los creo, los formo, dándoles adjetivos les hago presa de mi boca y conciencia, los nombro al verlos, les pienso desdichados, les veo indiferentes, indignos, insoportables…

Así les grito pero nada entienden ¡Nada! y me desgarro la garganta y las ideas pensándolos, haciéndolos, viviéndolos para tenerlos dentro, para saber qué pasa, a qué se debe su existencia, su lucha, su rabia vuelta marcha, vuelta robo, su existencia vuelta calvario, su persona convertida en muerte.

Su ditirambo a la ignorancia es un absurdo.

Un absurdo que yo lo vuelvo letra.

Ellos, sordos a los gritos no entienden lo que hacen, no saben lo que su acción hace, lo que su boca dice, no saben; que se les perdone pues no saben, que se les celebre en todos los estadios de la ignominia; que los “buenos” de todos los bandos los alaben, que se celebre a los “grandes” ya adjetivados, ya  nombrados.

Gritemos todos sus nombres. A todos los hombres. Y continuemos con el gran teatro donde el rico y el mendigo son parte de la misma mierda.

Aplaudamos fuerte, gritemos sus nombres a todos los hombres,  tarareamos sus victorias, pues todos tiene cabida en el  largo, angustioso y cómodo camino a la perdición.

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