Las ideas siguen dando vueltas en mi cabeza, no puedo dilucidar ni dar coherencia a las inferencias que de todo todos hacen. Todos hablan de lo mismo, todos tienen culpables e inocentes, héroes y villanos, santos y demonios, todos ya fabricaron su novela.
El "otro" se transforma en el enemigo, el indio se vuelve delincuente y el blanco se vuelve gente decente. Y la cosa no se simplifica, porque nadie es blanco y todos somos indios. O ninguno es indio pero tampoco todos somos blancos. ¿Quién es entonces el culpable?
Qué tienen que decir los indios decentes sobre esto, qué podrán decir ellos. Qué dirán los blancos indecentes, que deberán decir ellos. El "otro" se vuelve quimera y no es otra cosa que nuestro reflejo en el espejo de la verdad. Somos el "otro". Y el "otro" no existe pues a nadie le gusta ser. Sí, a nadie le gusta ser el "otro".
Pero la idea del "otro" no soluciona nada, ya que nadie se siente el "otro", nadie es culpable. Pero sí tenemos culpables, tenemos la sangre de nuestros hijos asesinados y no sabemos quién es el asesino. No sabemos si son nuestros hijos.
Con sangre en las manos nos negamos a reconocer a nuestros muertos. Porqué no pueden ser de nosotros. No deben ser nuestros. Y no queremos enloquecer ante la idea de que no lo merecemos. No queremos enloquecer ante nuestros muertos que no lo merecían, ante ellos que la muerte fue un robo, una mala jugada, una falta al respeto por parte de nuestros tiempos sin conciencia.
Veo a mis pequeños hermanos entregándose a la desdicha de la lujuria, a la cerrazón de la angustia por un lugar que se torna hostil para todos, donde el todos de poco importa y el “yo” nos engatusa para rendirle pleitesía. El egoísmo y la avaricia han tomado por asalto mi ciudad, nada queda más que esperar. Esperar que todo terminé. Que algo quede, que esos perros dejen la esperanza, sólo eso. Y que después se larguen.
La violencia troca en constante y nos hace constantes en ella. Y los provocadores de la violencia se esconden tras figuras borrosas donde la revolución se pierde entre pasamontañas y declaraciones absurdas. Mienten esos escribas que apelan a la pureza de la violencia actual. Mienten como sólo los engañados pueden mentir. Son ellos, los mismos.
La reivindicación de mi gente se vende como puta al mejor postor. Y que la tenga quien mejor hable, quien mejor se venda a los grandes charlatanes. Que se abra de piernas la gran reivindicación de los "jodidos", para que se los jodan más. Que la gran puta se venda al mejor charlatán, y que la noticia se suelte a los cuatro vientos, porque la reivindicación tendrá a su hijo concebido, no creado, de la misma naturaleza del padre por quien todo es hecho. La mentira.
No hay revolución sin violencia, pero sí puede haber violencia sin revolución. Mis hermanos son engañados y siguen oprimidos. Los mercenarios desangran mi tierra y se apoderan de todo, todo ya les pertenece, los quieren a todos. Son mercaderes y políticos, suya ya es la política y suyo es ya el mercado.
Mi conciencia no puede estar tranquila. No sabiendo lo que sé. No sabiendo que de poco sirve saber. No sabiendo que la violencia que nos envuelve puede ser producto plástico. Que la mueve ningún ideal. Que la mueve la sed de violencia misma. Que cerdos perezosos han tomado la iniciativa de la violencia.
Nos roban y lastiman por unos míseros pesos, nos roban por la felicidad más efímera, y nos sentimos ultrajados porque nos dejaron vivos pero sin dinero. ¿De que sirve la vida sin dinero? De nada. Es odio por el odio, poder por poder, dinero por dinero. Somos todos avaricia, unos más cobardes solamente.
Malditos y mi veces malditos si nada tienen en la cabeza, en el corazón y en el alma. Maldito si me robas por lujos y avaricia. Maldito si me lastimas y laceras por unas noches de pasión desenfrenada. Maldito si me tienes con miedo y no por la defensa de tu pueblo. Maldito si quemas y destruyes mis mercados por tener lo que no tienes y no porque sientes que ahí esta el problema. Maldito si me matas no porque tu vida, la de los tuyos y los míos será mejor con mi muerte. Maldito tu y tu sangre si ejerces violencia sin el motivo de un lugar mejor para todos. Te maldigo. Los maldigo porque no les puedo dar más.
Asesíname, castígame, humíllame sólo si tienes un ideal que cambiara al mundo en el que te hice vivir, al que no pude cambiar, al que no quise cambiar. Así la guerra es justa. La batalla santa y mi muerte necesaria.
Ante mis hermanos sólo entiendo la violencia como signo de desesperación en una realidad adversa. Nunca la justificaré. Pero siempre si es entendible la entenderé. Los horrores de mi ciudad no son cosa que no entienda, la pobreza de su gente, mi gente, me duele como me duele la riqueza de sus explotadores.
Si mi casta, que ni de explotadores ni de explotados, ha pecado dejando que las cosas sigan un curso perverso, si mi sangre ha callado cuando debió haberse hervido en un grito de indignación, si así fue, si así vendimos nuestro pueblo y comprometimos nuestro futuro cualquier castigo merecemos.
Porque es justo ser castigados, porque es justa una venganza. Pero sólo si es eso.
No son los oprimidos. Por eso el miedo es mayor. Porque no hay justicia en la violencia, en esta violencia.
Los oprimidos, ellos no dejan que mi conciencia se tranquilice. Por ellos hay que hacer algo. Son otros. Unos que tienen el suficiente odio para matar y humillar pero que no tienen el suficiente valor de hacerlo por causa justa. Es gente media. Gente mediocre, de mi casta.
Que quieren lo que otros obtuvieron no siendo honestos. Que aprendieron bien el camino que marca la avaricia. Sometiendo y extorsionando, como los viejos, como los que se aprovecharon de todos, esas grandes familias de grandes políticos. A ellos imitaron.
Unos saqueando por medio de las leyes y las instituciones, otros, copias menos honrosas y apellidos menos largos, nos roban y atemorizan por el otro lado. Por abajo y fuera de la ley. Rompen nuestras leyes. Delinquen y de la peor forma, delinquen por avaricia.
Ellos pueden ser. Ellos son peores. Mis temores son más grandes y mi conciencia está mayormente intranquila. La verdad no me hace libre sino que me aprisiona en cárceles de remordimiento y zozobra.
Pobre ciudad de mi padre. Pobre estado de todos los míos.
Las ideas me llevan hacia la Oaxaca de antes, esa hermosa verde Antequera, donde mi abuelo desde joven comenzó a cavar mi tumba.
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